De paseo en guagua

La verdad es que hoy pensaba que me aburriría bastante y el fin de semana prometía ser un rollo pero ¡no! Ha llovido un «chín» y ha refrescado así que se nota bastante en el ambiente y se agradece (aunque ha aumentado el número de mosquitos) Cuando ha parado de llover le he dicho a Poto y a Lismeris (10 años) que me iba de paseo. Por supuesto Poto se ha apuntado y Lismeris también aunque de camino ha debido pensar que Poto hace mucha «bulla» y se ha quedado en casa. Allá que me dice que vamos a ver a su papi que está en la parada. Me mete por unas escaleras y aparecemos en la parada de los motoconchos (taxi-moto) y veo a Manuel que me saluda enseguida (¡ay! Eso me recuerda otra cosa que ha pasado después, pero todo a su tiempo!!! Jajaja, me muero de risa yo sola…) y a Ñingo que nos saluda y nos deja marchar. Poto me la quiere meter doblada, como la vez que me llevó de tour de solagina por todo Guasa, y quiere que vayamos a casa de Yoandri (juro que no me invento los nombres!!) que es un niño guapísimo con unos ojos color café y unas pestañas de infarto (tengo foto pero no sale muy bien pero ya os lo enseñaré).  Le digo que no, que yo no voy a casa de nadie. Se pone a llorar sin lágrimas y paso de él, así que en dos segundos me sigue de nuevo. Volvemos a pasar por la parada y el padre nos invita a un jugo (yo no quiero) y acaba diciéndonos que si queremos ir con él a San Pedro. Yo, que estoy loca por salir de este pueblo, le digo que sí y allá que nos metemos en la guagua… Bueno, es un decir porque más bien nos apiñamos.

Por partes: Ñingo es conductor de una guagua que hace el recorrido Guasa-San Pedro de Macorís, que es la ciudad más cercana y más grande. Conduce a veces una propia y a veces una «ajena». Esta vez es la propia y dice que hay como «cuatro gentes» para ir. Cuando Poto y yo nos asomamos a la guagua marrón, cuento 12 en una furgonetilla de capacidad para 12 pasajeros en versión española. Aún así, ya vamos apretaíllos… Pero entran más! Y acabamos 21 personas en una furgoneta vieja no, de la prehistoria, que de verdad no sé ni cómo anda, con la puerta abierta todo el camino (atención al mecanismo: dos puertas: una cerrada gracias a un cinturón de seguridad que va de uno de los asientos a la propia puerta, y otra abierta con mecanismo «automático» – una cuerda que la sujeta para no perderla por el camino- Como éramos pocos, parió la abuela y en medio del camino, después de subir una «loma» que nos saca del pueblo, cogemos a un chico que «si va parao en la puerta» lo llevamos… Y allá va el muchacho medio cuerpo dentro, medio fuera. 

El aire acondicionado funciona en un pis pás: se abren las ventanas de atrás y que entre aunque también te intoxiques con el humo del tubo de escape. Miro por la ventana y veo el cerramiento: celo de ese ancho para sujetar bien. El techo es como una lona vieja y raída marrón que supongo que tapa algún agujero del propio metal y los asientos son un amasijo de cojín, hierros y decoración extraña (hay como una mantita de trozos de colores), y me entra la risa. Es surrealista. 

El camino es bonito. A un lado y a otro de la carretera sólo ves verde y verde. Me acuerdo por un instante de Polonia y pienso en los viajes en aquellos trenes antidiluvianos desde los que veía blanco y blanco… Se ven algunas casitas, un local que parece un puticlub y muchas «matas». El otro día al venir, yo, en mi ignorancia, le pregunté a Montero si era maíz (me parecía «igualitico» y se rió diciendo «¿cómo va a ser? Es caña de azúcar, ¿no ves que esa mata es muy alta?» Mmmmm… Oh sí… ¿Lo veo! Gran diferencia de tamaño (¡¡¡yo qué sé de qué tamaño es la caña de azúcar!!!)

A mitad de camino paran a cobrar. A veces hay cobrador además de conductor pero en esta no y una señora ayuda a Ñingo a recolectar el dinero. Yo, que voy sin un peso en el bolsillo (lo creáis o no desde que estoy en Ramón Santana llevo los mismos 100 pesos (menos de 2€) y no los gasto) y que además voy de paseíto con Poto, no pago, y una señora me mira como diciendo «¿¿y esta??» Le digo que yo voy con Poto y asunto arreglado pero no se queda muy conforme porque cuando pasa el dinero para adelante dice algo así como «de atrás, de los cuatro, pagaron dos» jajaja. Se dedican a darse los cambios unos a otros y reanudamos la marcha.

Antes de llegar a San Pedro, San Pedro, pasamos por un cementerio que siempre me provocan mucha curiosidad cuando viajo, pero apenas puedo ver algo desde mi asiento, así que me fijo más bien en las casas de enfrente, que están como «mirando» al campo santo y es extraño. 

Entrar en San Pedro es entrar en lo que yo conozco de República Dominicana: la bulla, la música de los colmadones, los motores, gente por todas partes… Es un mundo completamente distinto en apenas unos kms. Me doy cuenta de que mi pueblo es muy tranquilo y no pasa nada, pero vivir en San Pedro es un caos y la verdad es que hasta se echa de menos a los gallos… 

Van bajando todos en distintas paradas y al final nos quedamos los tres solos. El padre de Poto me quiere invitar a una cerveza pero acabo pidiendo un jugo de naranja Rica de esos que vienen en cartón. Luego nos suelta en un parque mientras él hace no sé qué en su guagua y allá que nos quedamos Poto y yo. Me muero de risa porque es una especie de centro deportivo y hay pista de atletismo. Le digo a Poto qué es la arena y que sirve para los saltos de longitud, y allá que va él, corriendo por la pista, parándose a la mitad porque se cansa y pegando un saltito. Hay que verle. Es el tío más feliz del mundo. Lo hace varias veces y vuelve sudando como no podéis imaginar, le caen los goterones de la frente pero le da igual… 

Lo bueno de ir con Poto es que no doy el cante. Mucha gente se cree que es mi hijo (bueno, hoy un jodío niño me ha dicho «¿es tu hijo?» «No» » ¡ah! ¿Entonces tu nieto?» Jajaja, la verdad es que primero he pensado «madre mía, qué mal me conservo» pero luego me he dado cuenta de que aquí es perfectamente factible que alguien a mi edad sea abuela (¡uy! ¡¡¡Da impresión!!!)) y como andamos tan natural juntos, no soy «la gringa» por un instante. Se agradece porque eso es algo que llevo bastante mal aquí (para otro capítulo) 

Al salir el padre nos invita a «pica pollo», pero yo, que me estoy imaginando a Reyes super preocupada porque yo pensaba que esto era un ir y venir en una hora y se ha convertido en más de tres, y no hemos avisado ni llevo tlf y además hoy no hay señal en Ramón Santana, he preferido esperar, porque encima sólo falta que le deje la comida en el plato. Pero allá que se mete mi amigo tres trozos de pollo frito rebozado (por cierto, si está bien hecho es un rebozado muy rico) y unas papitas fritas, antes de irnos de vuelta (¡¡¡y luego se ha comido la mitad de mi cena!!!) Por el camino tenemos que parar de nuevo porque fallan las luces y ya es de noche. Cables y más cables, unos que se bajan de un coche y ayudan, las señoras dentro de la guagua hablando de sus hijos y Poto contándole a la señora de al lado que va a venir a España en «yipeta». Cuando por fín arrancamos, paramos dos veces más a coger gente y cuando ya se ve la planta de gas (esto también da para otro capítulo), sé que estamos casi en casa. 

Ah! Y me olvidaba, en la baca de la guagua hemos traído un carro de supermercado, sí, de los de  hacer la compra… Sin atar y sin nada. Lo ha subido a pulso y todos contentos. 

Pongo foto de la guagua El primer día que la ví pensé que era para el desguace…

Deja un comentario