¡Que vivan los novios!

Se casaba el hijo de una ex-compañera, y allá por mayo o junio, invitó a dos compis y al jefe al gran evento. Yo me libré y suspiré aliviada porque no soy muy de bodas y porque tampoco pintaba yo gran cosa en esta. Ahí quedó la cosa hasta que estando en la playita en Porto Santo a finales de agosto, me llegó un mensajito en plan “Hola, querida compañera (???), se casa Fulano y, si estás en Skopje, me gustaría que vinieras a la boda”. ¿Qué iba a hacer? Se iban a enterar de que ya estaba en la ciudad para entonces,  iba a quedar fatal diciendo que no, y bien mirado era una oportunidad para conocer esa parte de la cultura. Así que, como dice el dicho “qué boda sin la tía Juana” (Evarista en este caso), dije que sí. 

Total que entre los “no sé qué ponerme” porque esta boda era de “alto copete” (deseando estoy que llegue la del hijo de V, que será macedonia en esencia, y ya me ha dicho que me va a invitar), y los “y qué se regala?”, “cómo funcionan las cosas?”… llegó el día. 

Me recogió el jefe que es muy majo y me hizo el favor (y de paso no entraba solo, que nos venimos muy bien), muy caballeroso abriendo puerta del coche y todo (ya verás tú cuando vuelva yo a la vida “normal” de persona “normal”, que me estoy acostumbrando a las “elegancias”…) y aparecimos en el sitio del convite porque resulta que aquí a la iglesia solo van los familiares y los amigos cercanos, y yo solo soy una “querida compañera” (¡ja!), y no pintaba nada en la ceremonia, que además no fue en iglesia sino directamente en el registro (aunque creo que fue en el mismo sitio donde se celebraba la fiesta). 

La cosa empezaba a las 7, pero V nos aconsejó llegar más tarde, y eso hicimos. Nos encontramos una especie de photocall de esos, con los padres de los novios a un lado y ellos posando con todos y cada uno de los invitados. Yo dejé que el jefe posara con ellos solito y luego hice el paripé porque les había visto una vez en mi vida y los pobres debían pensar “quién es este pitufo que se acerca a saludarnos?” (Iba de azul y ellos son muy altos) , y “no sé si me recuerdas, blablabla”, lengua en el paladar, giro leve de cabeza, sonrisa falsa y click para la posteridad. 

Como metimos la pata, porque además nos colamos y fuimos por el lado que no era, pues tuvimos que volver luego a repetir el lío porque resulta que el regalo se dejaba en el momento del saludo y la foto, y el jefe decía que quería que nos vieran dejar el regalo, no fuera a ser que pensaran que íbamos de gorrones (eso no lo dijo, pero era el motivo, ahora explico lo de los presentes), y volvimos a dar la barrila poniendo de excusa la foto con los padres del novio que en realidad es a los que conocíamos (“querida compañera” y marido amable y muerto de calor, por cierto). 

Lo de los regalos lo habíamos preguntado previamente y V nos dijo que siendo compañeros (en mi caso solo “querida”, el jefe tiene más poderío que yo), podíamos hacer regalo (como ella y la otra que también fue) o dar dinero que en realidad era lo que los novios querían. La cosa está en que uno compra regalo o mete los cuartos en un sobre y ni pone que es de parte de Pepito o Juanito, lo mismo da, así que podía haber metido 10 denares (16 céntimos en billete, eso sí), que no se hubiera enterado nadie de que era una tiñosa (excepto mi Pepito Grillo que me impidió meter en el sobre un billete pequeño o una loncha de chorizo como en las elecciones cuando me tocó ser presidenta de mesa) Pero se nos vio meter el sobre en la caja blanca que era custodiada por un camarero o maestro de ceremonias que la verdad es que chupó tanta cámara toda la boda y si te descuidas parecía el novio, y quedamos bien (o eso creemos). 

A todo esto copas por aquí y por allí y 4 cacahuetes (así que mejor no pasarse con el alcohol antes de tiempo) y entonces dijeron “para adentro” y buscamos la mesa que nos correspondía.

A las “queridas compañeras” nos tocó con unas españolas que eran amigas de la madre del novio y con un matrimonio y el suegro que se sentó entre medias y resultó ser un viejo verde que se dedicó media boda a echar los tejos por señas a dos de la mesa. Al jefe lo plantaron en una mesa “más noble”, pero lo mismo daba porque lo de hablar con la gente con la que compartías mesa, era un imposible. Entraron los novios bailando a lo americano (y creo que también español, que no sé por qué hay que hacer el indio goloso, pero se hace), pero con música balcánica, esa música que al principio te resulta simpática por tradicional y folclórica, y que al cabo de un rato, te hace suspirar por una soga para ahorcarte por el volumen y el chinchín (lo siento, macedonios, sé que sois muy, muy, muy balcánicos y orgullosos de serlo, pero es terrible). Los entrantes estaban puestos en las mesas ya, y como hablar no se podía, pues a comer queso, ensaladas y cositas ricas (sí, estaba todo bueno). Eran aproximadamente las 19:45 y los bailes y el rascatripas duraron hasta las 22. Dos horas de bailes agarrados unos a otros y moviendo las manos y dando pataditas, con tres gitanos cantando y tocando la trompeta y el saxofón, que solo faltaba la cabra, o la señora vendiendo las fichas de los autos de choque. Entre medias tuvimos que salir a respirar aire y silencio, porque aquí se puede fumar dentro (dicen que lo han prohibido, pero no) y el dolor de cabeza, garganta y oídos empezaba a resultar agotador. 

Cuando llegaron con el plato principal, que eran dos carnes diferentes (cerdo y ternera) con dos salsas distintas (pero todo en el mismo plato), cambió la música y pusieron a Julio Iglesias versionando canciones desde aproximadamente las 22:00 hasta las 23:30. El ambiente decayó y no entendíamos nada porque lo normal es ir de menos a más, pero parecía que se acababa la fiesta, hasta que volvió el gitano con su trompeta y volvió a cantar un rato y luego pusieron música más actual y la gente volvió a salir a bailar pero no tanto (si no puedes con el enemigo, únete a él) Duramos una hora más y dijimos “hasta aquí” y cada mochuelo a su olivo. 

Mi compi V se pasó el sábado tomando ibuprofeno (y no fue por la copa de vino que tomó) y cuando lo comentamos el lunes, la otra compañera, fiel a su música balcánica, nos llamó rancias diciendo que las bodas están para bailar (sin comentarios, señora macedonia) .

Y bueno, ¿qué voy a decir? Me pareció tremendo el asunto: una mezcla entre espanto (por el volumen) y divertido (me lo pasé bien), y aunque no entendí bien el orden del festejo por aquello de empezar fuerte y terminar medio frito, estuvo simpático. ¡Que vivan los novios!

Ya les he dicho a mis compis que me queda el bautizo macedonio, así que tienen que animarse, jejeje (me han mandado a la porra en español y en macedonio). Seguiré insistiendo, que hacen una cosa con churros o no sé qué (aunque creo que es en el nacimiento, no por el bautizo, que me hago líos) y ¡tengo que verlo!

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