El otro día me di cuenta de que por estas fechas (hace unos días ya, que se me ha olvidado publicar esto) estaba yo en los Madriles después de hacer una entrevista convencida de que tarde o temprano iba a estar por el mundo. Salí del edificio con la seguridad de que no sabía cuándo ni cómo ni dónde, pero no me iba a pasar “los próximos 30 años” sentada en la misma mesa (un compañero me dijo eso al instalarme el ordenador y casi muero allí mismo)

A “A” la tenia frita con mis solicitudes y mis historias de este o aquel país, según iba mirando destinos. “M” me hacía el caso “justo”, un poco por no quitarme la ilusión y otro poco por no quitársela ella, aunque por motivos diferentes. Y el día que me llamaron para entrevistarme, estaba yo en la mesa “maldita” (por aquello de que iba a ser mía eternamente) y me revolví en la silla, impaciente. Fui, conocí, fui tremendamente sincera y salí más feliz que una perdiz.
Uno nunca sabe cuándo van a salir las cosas y a veces se sorprende de la rapidez con la que el universo contesta súplicas y deseos. También toma conciencia del cuidado con el que hay que “pedir” porque está claro que “se os dará” y en ocasiones da hasta un poco de cánguilis.
Me olvidé (a ratos) hasta que un par de meses después sonó el teléfono al salir de la piscina en Madeira (si te dan un notición que sea en un lugar idílico, y creedme que lo era) y el mundo se puso patas arriba. Una vez más. Como tantas otras veces.
Hay gente que huye del cambio y otros que parece que aprovechamos cualquier oportunidad para darle al botón de reinicio aunque descoloque y de vértigo.
Lo que está claro es que la vida cambia, lo queramos o no. A veces elegimos los cambios y otros vienen impuestos. Cuando son así, de sorpresa, medio inesperados, trastocan más y hacen valorar lo que se tiene. Por eso también creo que soy tan afortunada, con flor en el culo y estrella en el firmamento, porque creo que, aunque a veces me equivoque, intento vivir lo que viene con intensidad, procuro arriesgar y probar, porque a mí la rutina de los 30 años podría matarme. Y cuando la gente me dice “qué valiente, Eva”, yo siempre pienso que no, que para mí la valentía quizá sería enfrentarme a esa mesa gris de oficina y aceptarla, que para irse por ahí no hace falta ser valiente, solo estar un poco tarado (de loco y de tara) y tener mucha suerte, como la que yo tengo.
El problema de vivir “aventuras”, de pisar países y soñar con conocer otras culturas, es que luego uno no sabe “volver”… No. una vez que el gusano ha entrado en tu cuerpo, no puedes sacarlo aunque te empeñes. Puedes querer una cierta estabilidad y decir a los 4 vientos que como en casa no se vive en ningún lado, pero la realidad es que hace tiempo que sabes que ya no perteneces a la rutina nacional del lugar que te vio nacer.
No es que no puedas, no es que no quieras, es que no sabes. No entiendes la rutina, el ver siempre a los mismos, te falta algo y a veces cuesta como respirar. Te asomas a la ventana y piensas que tú claro que quieres estar bajo ese cielo, pero con algo más de “amplitud” , no puedes explicarlo y lo único que logras es transmitir con el brillo de los ojos que, aunque sepas que va a ser complicado al ppio, en el medio y al final, merecerá la pena porque esa es la vida que te mantiene vivo.
Claro que echo de menos muchas cosas de mis “otras vidas”: el trabajo, los viajes, los colegas, la familia,… pero luego te das cuenta de que en realidad lo tienes todo porque cada cosa ha ido ocupando un trocito de ti y siempre permanece.
Hace un año que la aventura balcánica empezaba a coger forma y solo puedo decir “GRACIAS”
Me alegro mucho por ti y te comprendo perfectamente. Con sus dificultades, estás viviendo cosas apasionantes.
Cuídate 😘😘
Solo falta que vosotras lo veáis!