Para tocar el cielo

Y de vuelta de vacaciones, se acumulan las historietas, pero creo que voy a seguir un poco de orden, así que me remonto a un par de meses atrás.

Como he decidido que voy a romper con las estadísticas de turismo español en el país (a ver si caen el burro y ponen un vuelo directo), acepté a mis visitas sin pestañear (todo sea por ayudar al turismo! Jajaja, que nooooooo, que las quiero mucho) y vinieron a verme allá por el mes de junio finalísimo, principios de julio. Cogí 4 días de vacas y empezamos la ruta en el lago Ohrid. Pensaba que estaría a reventar de gente porque ya era verano, pero curiosamente había menos que cuando fui en mayo.  

El lago esta vez me gustó más aún. Será que es uno de esos sitios que cuando los conoces , luego te van conquistando más y más.

Nos quedamos en el mismo hotelito. La chica tiene que estar contenta, que ya somos habituales jejeje, y de hecho nos regaló unas cerezas de su jardín, vino y unos broches, que la buena mujer me dijo toda contenta que me había hecho uno con la bandera de España y me plantó tres floripondios de ganchillo de color amarillo chillón, rojo y negro. No quise decirle que le faltaba un rojo y le sobraba un negro, porque me lo dijo tan emocionada e igualmente el pincho en cuestión era taaaan feo, que me dio palo.

Recorrimos el pueblo de nuevo, entrando en más iglesias y bordeando esta vez el lago, y la verdad es que fue más bonito de esta manera. Además, como no llovía, pudimos movernos por todos los senderitos y así evitamos un par de cuestas infernales. Por la tarde las dejé subiendo a la fortaleza que encontraron cerrada (sudada para nada, jejeje) y después de cenar y zampar un crepe del tamaño del lago, nos fuimos a nuestros aposentos pensando en el baño del día siguiente. Cogimos por la mañana un barco con un montón de Macedonios chimeneas y recorrimos el lago hasta San Naum, que celebraba su día y estaba aquello de bote en bote. Velas, inciensos y pañuelos en la cabeza, turisteo, fe y agua: muy curioso. Salí del monasterio corriendito por la multitud, y las otras hicieron lo mismo para acabar bañándonos en el lago tan contentas antes de volver a Ohrid y volver a bañarnos en otro tramo distinto. La verdad es que el agua es clarita y limpia, y apetece meterse. Se chafó el asunto porque al principio debía estar Herodes en nuestra zona, pero cuando se salió del agua, aquello se llenó de chiquillos gritones que salían de todas partes, y el baño terminó en la ducha del hotel.

¿Dónde está Herodes?
San Naum
Velitas
De picnic en San Naum

Para ir de Ohrid a Meteora (del griego “suspendido en el aire”, cerquita del cielo para estar en comunión con las alturas (esa última parte la digo yo, no el diccionario), contratamos a “S” que ya se ha convertido en mi proveedor de “culo fino” oficial, y la verdad es que es bien majete. Salió caro, no vamos a negarlo, pero era la única manera decente de hacerlo sin pasar horas y horas en autobuses de mala muerte y fronteras.

El trayecto es más largo que un día sin pan y compensa el taxi, amén de que no hay muchas más maneras de hacerlo… que lo de este país no es normal en cuanto a comunicaciones se refiere. Ni lo de este ni lo de los de al lado, no vamos a engañarnos. Tardamos 4 horas. Rodeamos el lago: primero por la parte macedonia, con el agua clara y transparente, y luego por la parte albanesa, con el agua asquerosa. Es exagerado. Cruzamos la frontera y se notó la diferencia en un instante. Todavía no me explico cómo el lago puede hacer esa división así tan brutal, pero me enteraré. Sé que Macedonia del Norte tiene unos colectores y por eso su parte está limpia, pero uno pensaría que el agua se mezcla en todo el lago, no? ¿Qué tienen? ¿Una barrera dentro de tropecientos metros de profundidad? Porque encima presumen de lago bien hondo… Misterios. Ya investigaré. 

Cruzar la frontera fue también curioso. El pueblo a orillas del lago dista bastante de ser un pueblito mono y curioso como el macedonio. Las carreteras están un poco a medio hacer, las casas son de colores pero desordenadas y puestas un poco al tuntún… y recorres carreteras de las de “antes” . A mi toda esta zona en parte me recuerda un poco al caribe, versión europea. Si no fuera por el aspecto de la gente y el clima, sería todo similar. Porque hasta el carácter como “relajado” es parecido.

Llama la atención la cantidad de Mercedes del año de la Polka que había en todas partes y sobre todo, me chocó muchíiiiiisimo, pero mucho mucho, la ausencia de mezquitas. 

En Macedonia del Norte los albaneses son musulmanes. De hecho, de Skopje a Ohrid no solo ves mezquitas en cada pequeño pueblo que pasas sino también banderas rojas con águilas que indican que la zona es “albanesa”. Y cuando uno piensa aquí en “albanés” lo relaciona un poco con la religión islámica. Digo un poco porque sin ir más lejos la madre Teresa de Calcuta, nacida en Skopje, era de etnia albanesa pero católica, por lo que la regla no aplica siempre… 

El caso es que yo pensaba que al llegar a Albania todo estaría lleno de mezquitas y no vi ni una sola en todo el trayecto hasta la frontera con Grecia. Le pregunté a “S” que me dijo tan pichi (porque ellos lo ven todo muy natural y no piensan en lo caótico que resulta todo para el ojo extranjero) que claro, Albania había sido comunista, y como país comunista, no había muestras de religión. Le pregunté entonces por qué los albaneses de Macedonia sí eran musulmanes, a lo que me respondió con un “es que son más bien albano-kosovares”. Asentí sin volver a preguntar porque me pareció al principio que entendía algo, pero luego nada, porque de algún lado tuvieron que salir los albaneses musulmanes de Kosovo… Me convencí a mí misma de que esto venía de más atrás, del imperio otomano y que la religión se había mantenido a pesar de las prohibiciones, qué sé yo. De todas maneras, le pregunté cómo podía ser entonces que en Macedonia del Norte sí hubiera mezquitas e iglesias ortodoxas si también estuvo bajo el comunismo, pero me dio a entender que aquí había sido algo más “light” y siguió conduciendo como si nada. 

Esta gente está tan acostumbrada a los cambios, a los conflictos, a las separaciones y la diversidad, que, ¡ojo! A pesar de no aceptarlos (eso en otro capítulo), lo viven con una naturalidad brutal y simplemente se van dejando llevar, aunque la realidad es que toda esta zona es un polvorín, como una mina antipersona gigante que espera que alguien “por descuido” la estalle, aunque creo que lo del despiste no cuela y todo se va orquestando así, como quien no quiere la cosa. Solo espero que cuando pase, porque sí, señores, pasará, no me pille a mí en estas calles. 

Cruzamos la frontera de Grecia con la advertencia de “S” de que somos “amigos” (a estas alturas casi que sí, porque mira que hemos pasado horas juntos en coche) y entramos en la otra Macedonia, la griega, la del otro conflicto (madre mía, ¿esto cuándo lo cuento?). Toda la zona desde la frontera hasta prácticamente llegar a Kalambaka, el pueblo principal de Meteora, está prácticamente deshabitada. Extensiones enormes de tierra salpicadas por rocas gigantes (no como las de Meteora) y carreteras en perfecto estado pero llenas de curvas a prueba del mejor conductor (que afortunadamente llevábamos nosotras) 

Llegamos a Kalambaka a mediodía. Nada más entrar en el pueblo no se puede evitar soltar un “ohhhh, qué chulo…” al ver los bloques gigantes de roca que se ven desde todas partes. Las chicharras nos saludaron en perfecto griego y desembarcamos en el hotelito, muy mono, la verdad, y con una terraza espectacular con tres rocotas gigantes de frente. Calor, calor, calor y hambre, así que siguiendo las recomendaciones del chico de recepción que no recordaba el nombre de ningún restaurante, pero supo decirnos dónde se comía el mejor gyros, bajamos cuesta (luego hubo que subirla con la calorina), llenamos panza y constatamos que el pueblo en sí no tiene nada que ver. Aún así decidimos contactar al taxista que al día siguiente nos iba a hacer el tour para que nos llevara a ver el atardecer. 

¿Qué voy a decir? Los atardeceres son bonitos siempre, claro. Los humanos somos todos unos romanticones en el fondo y nos encanta ver caer el sol cambiando de color entre montañas. Pero en Meteora el atardecer es otro nivel. Se mezclaba por supuesto la novedad y el no haber visto en otro momento el paisaje, con la luz del sol apagándose entre nubes. Es un lugar de esos esos sitios a los que uno llega y dice “buah, qué suerte tengo” : Suerte de “estar”, de poder respirar aire puro (calenturiento, pero limpio), de ver el atardecer y flipar, de llenarse los ojos de cosas bonitas, de “aquí debería traer a mamá que lo viera, a “A” que seguro que lloraba cual Magdalena, a “S” para que flipara con lo que hay en el mundo, a… “. Un sitio de sonrisa en el momento y en el recuerdo. 

Si ya los que estaban alrededor se hubieran quedado calladitos, hubiera sido la bomba, pero los humanos somos románticos y petardos a partes iguales, así que hubo un momento en el que me puse los cascos y me olvidé de todo lo demás.

Yo dije después de las 4 horas de curvas, que volver no volvería, jejeje, pero ahora en el el recuerdo igual sí… 

Lo confieso, es de esos sitios de lagrimita por bonito, por suertuda y porque es la propia belleza la que anula cualquier otro pensamiento y hace que puedas relajarte y simplemente sonreír. 

Por la mañana nos recogió el mismo chico que nos contó todo todito sobre la zona y nos hizo el recorrido por los monasterios. No entramos en todos porque la verdad es que al final lo chulo es verlos por fuera, como columpiándose en las rocas, aunque ver la estructura por dentro y alucinar con la idea de que los hayan construido ahí arriba, también te deja con la boca abierta, pero para hacerse una idea, los cuatro que vimos fueron más que suficientes, sobre todo porque para entrar en la mayoría hay que subir tropecientas escaleras y no se puede entrar con pantalón corto, pero sí con vestido, y yo llevaba uno que me ponía por encima de la ropa: algo muy “cómodo” para no tener que ponerme lo que alquilaban a la entrada, pero un infierno por las temperaturas que no pedían precisamente ir como una cebolla.

Sube esto con dos capas de ropa

Y luego ná… horas para esperar el tren en el pueblo ese simple como una patata, y dos trenes para llegar a Tesalónica, que no os lo cuento porque la ciudad no me parece nada del otro jueves, y el recuerdo más vívido que tengo es del calorazo que pasé a pleno sol dando paseos. Vamos, que creo que la segunda ciudad más grande de Grecia a mí no me vuelve a ver el pelo, al menos por cuestiones turísticas.

La torre blanca
Típica portada de libro de EGB
Aristóteles!
Este mercadito para comer sí que era chulo

La semana que viene más “Balcanes en la mochila” (o en maletoncio que he ido cargando por Albania, ups!)

2 comentarios sobre “Para tocar el cielo

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